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Carnavales de ayer y de hoy

  • Emilio XABIER DUEÑAS
  • 1 de junio de 2001

En el presente artículo se pasa revista a las celebraciones de Carnaval, desde sus fechas precedentes, hasta los problemas derivados del uso de las máscaras, pasando por las cuestaciones y demás elementos del ritual.

Tradiciones festivas invernales vizcaínas

Los Carnavales de Euskal Herria, mantenidos tradicionalmente o recuperados por transmisión oral, se caracterizan por la conjunción de una serie de elementos que componen tanto la estética, como la simbología y la representación popular. Globalmente confluyen en un abanico de actos que se extienden a lo largo de todo el país.

Sin embargo, el hecho diferencial de cada celebración carnavalesca no se halla determinada fundamentalmente por el ámbito geográfico que abarca, si no más bien por otras diversas conexiones y causas análogas. En Bizkaia, al igual que en el resto de territorios vascos, han existido una serie de actos tradicionales que han perdurado hasta principios de siglo. Sin embargo, ya para entonces el cambio de progresión en el ámbito industrial y la emigración surgida del mismo encendían el detonante del freno preservacional.

Entre 1920 y 1930 el Carnaval se debatía desde prohibiciones parciales, como la máscara, hasta totales. Asesinatos, apoyados por la ocultación de la cara, en ciudades, contrastaban con el ánimo de diversión de la mayoría de los participantes, a pesar de los continuos cambios de poder entre república, monarquía y dictadura de aquellos momentos, sin poder obviar el papel de la Iglesia y sus fuertes disputas contra una fiesta considerada como pagana.

Cuestaciones: de casa en casa

El ciclo carnavalesco se circunscribe en la estación climatológica del Invierno. La matanza del cerdo, realizada desde mediados de noviembre hasta febrero, e incluso marzo, servía de comienzo a un período sustentado en la obtención de los productos que posteriormente servirían no solo para nutrirse en casa, sino para obsequiar asimismo a todos los grupos de postulantes que, en sus recorridos por caseríos y cascos urbanos, mantenían la tradición y al mismo tiempo se beneficiaban de la bondad de sus moradores para disfrutar comiendo y bebiendo en exceso; propia virtualización de estas fechas.

Las ferias agrícolas y de ganado otoñales, servían de preámbulo a las fiestas navideñas: se sucedían las cuestaciones juveniles e infantiles de Marijesiak o Abendua, Aguinaldo, Urte barri, Reyes Magos o Erregen eguna, con recorridos ya prefijados por barrios y senderos de montaña. Todo ello complementado por rituales gastronómicos familiares, donde determinados alimentos, esperados durante el resto del año, eran consumidos por sus ávidos comensales.

Las Navidades dan paso a la fiesta de San Antón con bendiciones de animales y subasta de alimentos, para proseguir con el día de la Candelaria y sus bendiciones de velas, galletas y dulces, el día de San Blas con el cordón que previene de los males de garganta y la víspera de Santa Águeda, a golpe de makila, rompiendo el silencio nocturno de apartadas zonas y oscuras aldeas, así como de chispeantes y murmullosas calles.

Cuestación que también se llevaba a cabo el último día de febrero o el primero de marzo y que recibía el nombre de las "Marzas". Eran los "marceros", vestidos con pieles, campanos y portando un acebo del que pendían cintas multicolores.

Preludio del climax

Los nombres más extendidos de estas fiestas a lo largo del territorio vizcaíno han sido, en cuanto al idioma castellano se refiere: "Carnaval", "Carnavales" y "Carnestolendas". En euskera las denominaciones varían según zona, con ramificaciones dialectales: Karnabalak, Aratuzteak, Aratosteak, Ateste eguna, Anarru eguna...

El ciclo festivo central de los Carnavales en Bizkaia comenzaba con una merienda, realizada en el monte. Jóvenes y niños en pequeñas cuadrillas se dirigían al prado o monte más cercano con chorizos, tocino o huevos y, una vez de preparar fuego, asaban dichos alimentos. El nombre que recibe este día es relativo a los productos consumidos: Txitxiburduntzi, Sasikoipetsu y Sarteneko; o bien con referencia al lugar del acto: Basa(ra)toste, Kanpora martxo o Sasi martxo.

El siguiente día de celebración solía ser, y aún se sigue manteniendo en determinados pueblos de Durangaldea y Arrankudiaga, el Jueves Gordo, comúnmente conocido en estas zonas como Eguen zuri. Durante este día grupos de niños en edad escolar recorren los diferentes barrios, acompañados de un gallo vivo o dibujado en una pancarta de madera y cantando las estrofas alusivas a esta fiesta. Con lo recogido se realizaba la tradicional merienda. En las Encartaciones era el Martes de Carnaval, día conocido vulgarmente como de "Carrastoliendas", el elegido por los niños y niñas para esta postulación.

Disfrazados y actos

Si hay un elemento unido de forma inequívoca al Carnaval ése ha sido el disfraz. Cualquier indumentaria que rompiera con la monotonía del resto de los días, servía para celebrar una fiesta, reina del invierno, en la que se quebraban los esquemas formales, laborales, gastronómicos y hasta cierto punto religiosos. De los diferentes disfraces tradicionales clasificados podemos resaltar los de aldeano/aldeana, señorito, aña, oso/hartza o el conservado en la actualidad de atorra (Mundaka), especie de encamisado. La inversión sexual, el travestismo, era aprovechado por ambas partes para transgredir los roles habituales y, de esta forma comprobar, exagerando, las ventajas en las relaciones dentro de la comunidad.

Un aditamento clásico hasta la década de los años '30 ha sido la máscara. Tras ella se escondían los pensamientos y actitudes no ejecutados y guardados en la memoria durante el resto del año. Caretas de cartón o antifaces alquilados, sacos y trapos de faces incoherentes hechos a mano; todo era válido para las "mascaritas", karatulak, marrauek, kakoxak, surraundiak y errabidxek entre otros, que en esos días actuaban a sus anchas. Protegidos por su desvergonzada fachada perseguían a niños y muchachas. Eso sí, a la hora del baile había que desprenderse de la máscara, bajo la advertencia de tipo supersticioso, de que la misma se quedara pegada a la cara.

Además del disfraz, en Carnaval se preparaban comidas especiales en el hogar. No podían faltar en cada casa las patas y orejas de cerdo, cocinadas en salsa "a la vizcaína" y como postre las tostadas, de pan (fotak) o leche frita (aidxe); estas últimas eran esperadas con ansia e ilusión por los más jóvenes de la casa.

La música y el baile, público o privado, eran el complemento predilecto de diversión de los disfrazados. Las comparsas de antaño, componían sus canciones y al son de instrumentos, con los que se acompañaban, entonaban letras, las cuales eran vendidas como sustento y sufragio de los gastos de tales días. Recorrían las calles de los diferentes cascos urbanos con guitarras, bandurrias...; bien a pie, bien en carro o carreta. Por otro lado, los músicos, txistularis, acordeonistas, dulzaineros, o Banda de Música, tocaban las melodías en la plaza o en locales cerrados, para los más aficionados al baile: eran los actos colectivos por excelencia.

Quizás sea el ánimo de la revitalización la causa por la cual determinados pueblos han logrado recuperar ciertos actos propios o no del Carnaval, con fines lúdico-festivos, tanto en dicho período como fuera del mismo, y como proyecto de animación sociocultural.