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Un ritual de construcción de la identidad comunitaria. La "basabisitta" de Otxandio.

  • Josetxu Mártinez Montoya
  • 6 de noviembre de 2001

Se describe el ritual propio de la localidad de Otxandio en que los munícipes van comprobando la posición de los diferentes mojones que delimitan su territorio. A continuación se analiza el ritual desde el punto de vista de los parámetros establecidos por Arnold Van Gennep, y se extraen las conclusiones pertinentes a partir de lo enunciado.

El tercer domingo de septiembre de cada año, los vecinos de Otxandio, acompañados de la corporación municipal, salen a primeras horas de la mañana de la plaza de la villa, a ritmo de tambor. Inician un recorrido que finalizará ocho horas más tarde en el mismo lugar, después de haber atravesado los lugares más emblemáticos del monte El Limitado. Este terreno, propiedad del valle de Aramaio, es ocupado y usado de forma permanente por los vecinos de Otxandio desde 1457, año en que le fue concedido al concejo y a sus vecinos el usufructo de pastos, leñas, tierras de labor, etc. Objeto de numerosos litigios, ha sido, asimismo, al menos desde el s. XVII, objeto del ritual de límites que es objeto del siguiente análisis antropológico.

territorio

El recorrido

El día de la basabisitta, a las siete de la mañana, la gente (hombres, mujeres y niños) comienza a acercarse a la plaza de la villa en espera del sonido del tambor (1) para comenzar el recorrido. Una media hora más tarde, el alguacil hace sonar el tambor. La basabisitta ha comenzado. El Alcalde, los Concejales y el Guarda Forestal preceden el cortejo formado por unas trescientas personas.

En Gomilaz, antiguo albergue, hoy convertido en restaurante, el cortejo se divide en dos grupos. El 90% de los participantes se dirigen, acompañados del Alcalde y de la Corporación Municipal hacia El Limitado. Algunos, muy pocos, acompañan al Teniente Alcalde para inspeccionar los mugarriak que delimitan la villa de Otxandio con los dominios de Dima. La mayor parte de la gente se dirige hacia el mirugain, monte situado al sur de El Limitado. En el lugar conocido como Nafarra txabola comienza el señalamiento de los mojones (mugarriak). Para llegar al lugar mencionado hay que ascender una cuesta en fuerte pendiente, cubierta de pinos. En el pasado, el árbol utilizado como mugarri era el urki (abedul). Se le señalaba con un hacha. El sistema es todavía utilizado en la basabisitta. En nuestros días se marcan también los robles y las hayas. En el límite entre Legutio -Villarreal- (el monte de Itesasi) y El Limitado, se pueden ver murarriak de piedra que datan del siglo XVIII.

El Guarda Forestal, provisto de un hacha a doble filo (de un lado una hoja cortante y del otro un sello con el escudo de la villa de Otxandio) marca los árboles mediante el sistema tradicional, realiza un pequeño corte en la corteza del árbol y lo marca con el sello de la ciudad. Algo más tarde se llega a Tantaibakarra. Los participantes en el recorrido realizan el primer descanso, esperando al Alcalde y a los Consejeros Municipales. Lo hacen en círculo, rodeando un lugar, símbolo de una poca desaparecida. A pocos centenares de metros se encuentra la txabola de D. Andrés. Es el momento de comer algo. El Ayuntamiento distribuye pan, vino y bacalao frito.

De D. Andrés a Aurtola hay un largo camino. La gente se detiene de nuevo en Mártola. El recorrido está lleno de vegetación, signo de la no penetración del cultivo del pino (iri, goresti, otea, iñarri). Después de haber atravesado sendas, caminos forestales y el muy célebre gorribidea (camino de los rojos), se llega a Aurtola, un barrio de Olaeta. Bajo un roble del patio de un baserri, convertido en restaurante, los peregrinos, precedidos por el Alcalde, firman el Acta. Después de firmar las actas, el cortejo reinicia la marcha. Pasando por Irupageta, se llega al baserri llamado Itza. Es un lugar muy apropriado para el pastoreo de las vacas, cubierto de prados, en contraste con la vegetación que ha acompañado la basabisitta hasta el momento.

En fin, se pasa por bidekungain (el vía crucis de arriba) y se llega a teieixe (tejería). En este lugar, los dos grupos, separados al comienzo del recorrido en Gomilaz, se encuentran de nuevo. Una vieja escuela, convertida en soziedadea (txoko) y la campa que la rodea son el lugar escogido para repartirse las últimas vituallas ofrecidas por el Ayuntamiento. Cinco horas después de haber iniciado la marcha, el grupo, disperso a lo largo del recorrido, entra unido a la villa, acompañado de los sonidos del tambor.

(1) Según la leyenda, se toca el tambor para espantar a los espías de Aramaio. Si se hace caso a los participantes en la "basabisitta", el sonido del tambor tiene una significación mucho más sencilla, el invitar a los vecinos a participar en el evento. En cuanto a la memoria colectiva guardada en los cuentos, los habitantes de Aramaio narran la historia del gallo para explicar la pertenencia de El Limitado al valle. Según esta leyenda, los límites entre Aramaio y sus vecinos fueron decididos en una carrera. En una época no muy bien delimitada, había constantes conflictos entre Aramaio y sus vecinos. Para decidir sus límites se sometieron a la decisión de un santón que habitaba las cuevas de Lezia. El santón propuso realizar una carrera e impuso las condiciones. Al amanecer, al primer canto del gallo, los jóvenes de los pueblos en conflicto debían salir de las plazas de sus respectivos pueblos en dirección a Aramaio y los jóvenes de este valle en dirección a los pueblos con los que se mantenían conflictos territoriales. Al no haber relojes, el canto del gallo servía de señal de salida. Un vecino de Aramaio colocó un cedazo en la ventana del gallinero de su casa. Puso a continuación una mortecina luz detrás de la ventana. El cedazo, así iluminado, causaba, al interior del gallinero, la impresión de romper el alba. El gallo, engañado, comenzó a cantar. Los jóvenes de Aramaio salieron y llegaron los primeros a las puertas de los pueblos con los que el valle estaba en litigio. Es la explicación popular de los límites actuales del valle que se extienden hasta las puertas de los pueblos vecinos.

La basibisitta como rito de identificación comunitaria

La basabisitta es un rito de reivindicación ritual de un territorio cuya posesión se reclama y del que no se quieren perder los derechos adquiridos. La basabisitta es, pues, un rito identitario, emblemático, en el que una serie de códigos encuadran a los individuos y a las instituciones de Otxandio en orden a definirlos como comunidad frente a otro grupo (los de Aramaio). En la basabisitta, la comunidad de vecinos se reconstruye territorialmente. No es sólo un territorio, un derecho, el que se reivindica; es una comunidad la que se construye, se refuerza y se cohesiona. Siguiendo el esquema de Van Gennep sobre los ritos de paso, podemos apreciar los tres momentos que este autor presenta, el de desagregación, el de liminitas y el de agregación.

Siguiendo el esquema de Van Gennep sobre los ritos de paso, podemos apreciar los tres momentos que este autor presenta, el de desagregación, el de liminitas y el de agregación.
La desagregación se da a través del salida de la villa, de forma desordenada, pero ritmada por el sonido del tambor. No hay ni campanas ni cohetes ni vestimenta de fiesta. Se trata de una peregrinación, de un recorrido de montaña. La mochila, la makila y las botas de monte han reemplazado el vestido diario. Todos estos elementos posibilitan la ruptura, el inicio, la entrada en un nuevo tiempo y en un espacio diferente. El Limitado es una reserva, un resto de la montaña tradicional no invadida por la explotación moderna. Se va hacia el pasado, presente a las puertas de la villa, para afianzar los lazos comunes de vida y de vecindad.

La dirección del recorrido respeta la forma que los peregrinaciones rituales tenían en las sociedades tradicionales, es decir, se hace la basabisitta en dirección opuesta a las agujas del reloj. Y se entra en la parte más salvaje de la montaña, en lo más selvático, lo menos humanizado, en la que las huellas de jabalíes, la ausencia de caminos, los lugares inaccesibles, las pendientes resbaladizas y las culturas tradicionales son más importantes. La primera parada es en pleno monte, en Tentaibakarra. La presencia humana en estos lugares se limita a marcas en los árboles y a los mojones de división de terrenos. El siguiente descanso es en la txabola de D. Andrés. Tampoco es un lugar de permanente habitación humana pero es ya un lugar de abrigo, de refugio para los animales y de explotación humana. Las txabolas eran, en el pasado del país, los signos más claros de la presencia humana en la montaña a nivel productivo. En tercer lugar se llega a un baserri, elemento social de importancia vital en el País Vasco rural ya que es el centro de las relaciones sociales y a la vez el que estructura la geografía, la vida religiosa, jurídica y económica. Es un baserri reconvertido en restaurante, símbolo de la evolución seguida por muchos caseríos vascos en el proceso de industrialización del País. En él, antes de continuar el camino hacia una granja moderna y hacia el punto final (una gran campa lugar de la escuela -hoy convertida en soziedadea-), todos los participantes firman las actas.

Lo que nos interesa en este recorrido es la progresión. Se va de lo menos humano a lo más humanizado, de la montaña al hábitat permanente, al valle, al auzo. El recorrido tiene tres momentos, la montaña, el baserri y el auzo. Se sale, pues, de la villa para volver a ella recorriendo los tres espacios de vida y de interacción social del pasado, integrándolos y formando ritualmente la comunidad en torno a ellos. El centro geográfico del recorrido es el baserri, que coincide con la proximidad de Olaeta (perteneciente al valle de Aramaio), pero no es necesariamente el centro ritual. Las relaciones espaciales de las comunidades rurales de Euskal Herria siguen un orden circular en las que todos los elementos quedan integrados en la trilogía formada por la baso-baserri-auzo. En el rito estos tres elementos forman el momento liminar. La progresión desemboca en las relaciones de auzo características de la sociedad tradicional vasca. Pero hay elementos nuevos, (soziedadea) que se constituyen en nuevos símbolos del vecindario. Todo parece indicar que hay una voluntad de definirse en torno a lo que era indispensable en la sociedad del pasado: la casa, el barrio y la montaña. La villa de Otxandio enfrenta el peligro de perder uno de estos elementos, indispensable para la vida de los otros, la montaña. Frente a este riesgo, elabora una acción ritual que recuerda a la comunidad sus orígenes y su identidad.

CONCLUSION

Es interesante tener en cuenta, a la hora de comprender este rito que las manifestaciones festivas-rituales, ligadas al espacio pueden ser analizadas desde tres perspectivas diferentes y complementarias. Nos encontramos ante ritos iniciáticos, identificatorios y performativos. Es decir, estamos ante ritos que construyen la vida comunitaria en torno a formas de vida, a valores y a símbolos que reflejan la permanencia de la comunidad y que invitan a adherirse a ellos manifestando, asimismo, la pertenencia colectiva.

La visita de límites es un recorrido iniciático hacia los orígenes espaciales de la comunidad, hacia un momento de su ser constitucional mediante la adquisición de un espacio indispensable para su lógica de supervivencia, luego de su permanencia. Este recorrido se hace en un continuum de la desagregación a la agregación. Este continuum marca las rupturas, diferencia los tiempos y los usos y elabora un código de conducta, inscrito en el espacio de la comunidad, conocido como rotación y alternancia, dos formas tradicionales de relación social inscritas en la cultura rural y reproductoras del ciclo cosmológico de vida/muerte/regeneración.

Es, por otro lado, un rito de identificación colectiva ya que enmarca a los vecinos de Otxandio en una serie de códigos liminares/liminoides que los identifican con un espacio inclusivo/incluyente frente a los de fuera cuya no pertenencia queda gravada, año tras año, en la peregrinación común, en la comensalidad y en la celebración de la identidad compartida.

En fin, estamos ante un rito eminentemente performativo, es decir, realizador de la acción que expresa. La apropiación del terreno puede ser simbólica. La construcción de la identidad en lógica de pertenencia y de permanencia es real. El grupo se define como miembro de un etxe, de un auzo y de un baso; lo hace diferenciándose de la comunidad vecina y se afirma integrándose en la construcción circular del pasado. El rito agrega a los dispersos habitantes del pueblo a una entidad sociológica nueva, la de los vecinos que se instituyen/constituyen en un colectivo nuevo y renovado cada año.