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Mitología Vasca

  • Andrés ORTIZ - OSÉS / Catedrático de Hermenéutica en la Universidad de Deusto
  • 15 de octubre de 2001

El profesor de hermenéutica y miembro del Círculo de Eranos, Andrés Ortiz - Osés, plantea en el siguiente artículo el por qué ha de considerarse la cosmovisión o mitología vasca como matriarcalista o comunalista, poniéndo en relación sus propios estudios con otros realizados en diferentes campos.

Para nuestros propósitos, podemos distinguir entre los mitos como inventos o invenciones -Aitor, Amaya, etc.- y la mitología como hallazgo o inventario de la tradición oral: visión del mundo de carácter simbólico, en la que se transmite la tradicional concepción del cosmos de un grupo humano.

La mitología vasca aparece aquí como una cosmovisión simbólico-religiosa y, por tanto, perteneciente al acervo cultural de un pueblo o agrupación humana. En este sentido, los intelectuales deberían/deberíamos proteger los bienes culturales, como la mitología o la lengua, de su utilización política sea como identidad purista por los nacionalistas vascos sea como diferencia impura por los nacionalistas españoles. Pues en realidad una aportación cultural es una invitación a la comunicación y no a la incomunicación, al diálogo y no a la intolerancia, a la confraternización y no a la guerra.

Como he mostrado en diferentes obras, la mitología vasca no es una mitología patriarcal al estilo de las indoeuropeas o semitas, sino una mitología matriarcal al estilo preindoeuropeo (como el euskara). Ello se manifiesta fundamentalmente en que el centro (descentrado) del panteón mítico-religioso vasco está cohabitado por una diosa: la diosa madre Amari, la cual es una divinidad matriarcal "omnipariente", por cuanto todo lo pare y todo lo emparenta: así, los cuatro elementos (tierra, agua, fuego aire), y también los cuatro reinos (mineral, vegetal, animal-humano y divino).

Podríamos decir entonces que la diosa vasca Amari es la tierra cósmica, ya que personifica el universo entero, el cual es su enmaterialización. Este universo radicalmente matriarcal-femenino está encarnado por Amari, la cual distiende la realidad omnímoda entre lo telúrico-lunar y lo celeste-solar, el abajo e interior y el arriba o exterior, el pálido espejo que refracta la muerte y el peine de oro que regenera la vida. De esta guisa, la Diosa Amari intermedia los contrarios en su figura contractos, por cuanto es la mater-materia de la realidad toda y la antepasada religiosa o religadora de los opuestos.

Los opuestos compuestos en la figura simbólica de Amari están representados en la mitología vasca, fundamentalmente recopilada por J. M. Barandiarán, por dos categorías esenciales: la categoría de adur a modo de potencia mágica o viento-espíritu y la categoría de indar a modo de fuerza física o golpe-de-luz, y que el joven mitolingüista Jon Baltza ha interpretado respectivamente como lo invisible y lo visible. El primer elemento responde al basamento matriarcal-femenino del cosmos, el segundo representa el epifenómeno patriarcal-masculino al que pertenecen los acompañantes fálicos de Amari (Aker, Maju o Sugaar). Por eso en el akelarre se exalta la potencia sexual del akerra o macho cabrío, pero al servicio de la fecundidad/fertilidad de la tierra madre y, en consecuencia, de Amari y su reino de brujas o sorgiñas.

Ahora bien, ¿Dónde ubicar tempoespacialmente semejante imaginería mitológica? La mitología (vasca) no obtiene una ubicación tempoespacial, porque trasciende tiempo y espacio típicos en su horizonte arquetípico o trascendental. De todas formas, su detonación matriarcal y sus connotaciones de carácter naturalista y comunalista, la diferencian según lo apuntado, de las mitologías patriarcales de carácter racionalista e individualista. A este respecto José M. Barandiarán, que recopiló esta mitología en los ámbitos vascos a ambos lados de los Pirineos, intentó buscar una conexión cultural entre la mitología vasca de Amari y los animales rupestres pintados en las cuevas paleolíticas (alrededor del 25.000 a. C.), mientras que yo mismo traté de correlacionar la mitología vasca con las cosmovisiones protoagrícolas del neolítico (sobre el 5.000 a.C.). Por su parte, Caro Baroja intentó situar la emergencia de la mitología vasca en la Edad de Bronce (sobre el 2.000 a.C.). Queda descolgado de esta nómina Jorge Oteiza, que ha tratado de contextualizar la mitología vasca al final del paleolítico (sobre el 13.000 a.C.), en el ámbito de los pastores y cazadores abiertos al hueco-madre celeste: hipótesis que parece tener interés estético, aunque no antropológico.

No deja de resultar curioso que, a pesar de las diferencias de ubicación simbólica de la mitología vasca, todos parece que coincidimos en la visión matricial del mundo propia de la mitología vasca. Podemos entonces hablar de la una mitología matriarcal.